lunes, 25 de febrero de 2013

9. Nicolás Shreier


ENTREVISTA A NICOLÁS SCHREIER PARA LA REVISTA CLUB REGATAS 

PRIMERA LECCIÓN: EL VIENTO ES ÁGIL E INTENSO 

Fluía. Cuando Nicolás Schreier comenzó a practicar windsurf tenía once años, mucha habilidad para los deportes y una condición especial: observaba cómo se movían los demás, qué decisiones tomaban, qué cosas evitaban. Luego, su cuerpo respondía naturalmente a los patrones que ha identificado visualmente. Así fluía. Todavía conserva esa habilidad. Recuerda que al mes ya iba y venía sobre la tabla. A los seis meses, navegaba rápido y bien. Aprendió y se convirtió en su propio entrenador sobre el agua. Así, durante sus catorce años como windsurfista. Así, consiguió sus cuatro títulos mundiales. Ahora, Schreier es el director técnico de la selección nacional de windsurf, en la que participan cerca de treinta deportistas de todas las edades. «Aprendí con una tabla delgadita, un lanchón gigante que pesaba una tonelada, una vela de tela. Ahora todos los equipos son más ligeros. Siento que, a pesar de las dificultades del equipo, aprendí bien y rápido», dice Schreier. El viento es energía. Se hace más fuerte en las alturas y las depresiones frenan su velocidad. Schreier lo entendió cuando todavía era adolescente. El windsurfista número uno del país entonces tendría que provocar todo lo que le iba a suceder. Por eso, le dijo a sus padres que iba a dedicarse a esto a tiempo completo. Entrenó sin cansarse. Compitió en otros países, con otros vientos. Nunca detuvo su búsqueda de la velocidad. Quería ser el más rápido de la formula experience.



SEGUNDA LECCIÓN: EN EL MAR, EL VIENTO ES MÁS FUERTE

Los amantes de la velocidad van al mar. A todos los mares. De todas las regatas que ha corrido en su vida, Nicolás Schreier recuerda una en particular,una que todavía hace la diferencia entre él y sus pares peruanos. Quería aprender en condiciones nuevas y retar a otro tipo de deportista. En 2003 visitó Europa por primera vez para participar de un circuito internacional de alto nivel en Polonia y Alemania. No tenía idea de quiénes eran sus competidores, nunca había escuchado sus nombres. Tampoco conocía el Mar del Norte ni el Mar Báltico. Ahí, el viento viene del océano y genera olas de hasta ocho metros de altura. Es un mar agresivo, bajo un cielo tétrico. Nicolás tenía 15 años y se asustó. No sabía cómo entrar al agua. Ese no era el mar Pacífico que ya conocía. El viento era muy fuerte; su peso no era suficiente para soportar la vela. «¿Cómo que no puedes? No hemos venido hasta Polonia para que me digas que no puedes», le dijo su padre, quien condujo cerca de 5 mil kilómetros entre Alemania y Polonia. Un amigo de Nicolás, argentino, el único competidor que también hablaba español, le recordó su sistema de aprendizaje: «mira al otro, él está entrando con esto, esto y esto». —Y eso hice y terminé ganando. Ese viaje me marcó. Gracias a mi papá. Él siempre me ha ayudado bastante. —¿Y cómo te fue esa vez? —Fui a ganar experiencia. En la lista, veía puros nombres polacos: no tenía idea de quiénes eran. Solo competía por tratar de ganarles a todos. Al final, llegué a la premiación y el primer puesto era yo. ¿Yo gané? Y cuando subí al podio recién me di cuenta de quiénes eran los otros competidores. Era como competir contra Kelly Slater [el tablista de Florida que ha ganado once títulos mundiales]. «Quería ganarles a todos». Esa es su motivación. Ahora ha aprendido que si no lo consigue, debe continuar observando el escenario. La meta está lejos; de nada vale concentrarse solo en las olas desde la orilla.



TERCERA LECCIÓN: SER COMO EL AGUA 

El agua puede fluir o puede arremeter contra las piedras. Bruce Lee decía que la mente debe ser como el agua y moldearse con las situaciones. Muchos deportistas cuentan que deben deshacerse de sus emociones antes de una contienda, pues la mente no debe darles espacio a las preocupaciones, al miedo, al dolor. Todo debe apuntar a la perfección de las piruetas, a llegar a la meta, a noquear al competidor. Llegar a ese estado de concentración es difícil. Sofía Mulanovich medita con su gurú como parte de su rutina diaria. Kina Malpartida llora después de pelear en el ring. Nicolás Fuchs no lleva agenda para no estresarse. Pero Nicolás Schreier nunca tuvo que ir a un psicólogo deportivo o a un guía espiritual para aprender a concentrarse. «Hay gente que se desmotiva en una regata. Llega un punto en el que me concentro tanto que bloqueo todo. Cuando compito, a veces me da pena mi familia: me hablan, pero yo contesto cualquier cosa. Ellos saben que no es mala onda. Así rindo más en el agua», dice Nicolás Schreier, barba crecida, short de colores, bloqueador solar en los labios. Está de vacaciones. Su última competencia fue el Campeonato Mundial de Windsurf que se organizó en la bahía de Paracas, en diciembre del año pasado. El brasileño Paulo Dos Reis obtuvo el primer puesto, seguido del español Pablo Ania. Schreier quedó tercero. Durante los dos primeros días, se corrieron más de la mitad de las regatas —ocho de quince—, con vientos por encima de los 50 km/h que jugaron a favor de Dos Reis. Schreier estaba en desventaja: pesaba menos que el resto de competidores. «Cuando eres más pesado, como Dos Reis, haces más contrapeso y puedes aguantar una vela más grande en viento más fuerte. Eso te da más velocidad». Dos días después, el viento bajó y la competencia se niveló. Ahora, eran Pablo y Nicolás los que «volaban». —Una crónica deportiva decía que ya para el tercer día, era seguro que Paulo Dos Reis tenía el primer puesto… —Se hicieron quince regatas en total. Los dos primeros días, Paulo había ganado ocho de quince, ya casi estaba seguro. Aunque todo podía pasar. Se podía romper algo, podía no terminar las regatas. Los dos últimos días nos hemos peleado los primeros puestos los tres. Somos súper amigos. —Antes y después del campeonato, ¿hay crítica, balance? —Lo que más me ha marcado fue la lesión que tuve en el pie meses antes del mundial. Casi no pude mover las piernas y dejé de fortalecerlas. Todos estos días le metí duro, pero sí sentí que me faltó un poco. Ahora toca prepararme para el siguiente mundial que va a ser en Brasil y sé que las condiciones son más favorables para mí por la velocidad de los vientos. Como campeón, Paulo Dos Reis es participante fijo en el próximo campeonato mundial. En Paracas obtuvo su primer título mundial y buscará mantenerlo. Comenzó desde abajo: trabajaba en una escuela de windsurf en Brasil y aprendió a navegar con equipos prestados. También era instructor de capoeira. «Es un mastodonte. En un video, sale él haciendo capoeira y yo arrochando. Acá también tengo un video: yo lo filmé». Entonces Nicolás Schreier saca su iPhone y muestra un video en el que aparece Paulo Dos Reis bailando mientras el resto de los windsurfistas aplauden. Las carcajadas de Nicolás se escuchan en primer plano, detrás de la pantalla. «Para mí, esto es una motivación también. En un momento, alguien tenía que quitármelo. No siempre se puede conseguir el primer puesto. Ahora quiero retomar el título». Ahora, el windsurfista peruano descansa y hace todas las cosas que no puede hacer cuando entrena. Pasa tiempo con su familia, con su novia, vuela en parapente, toma sol y se despreocupa de la dieta y de afeitarse —¿Puedes concentrarte, como en el windsurf, en otros aspectos de tu vida? —Para hacer cosas manuales. Me pasa lo mismo cuando ordeno. Me concentro y no paro. Me vuelvo un loquito del orden. O cuando estoy limpiando. Me puedo olvidar de todo mientras limpio. Pero sí me cuesta concentrarme en los estudios. Estoy aplicando técnicas a ver si me liga. —¿Técnicas? —Apuntando. Creo mis propias estrategias. Si no, no hubiera podido pasar ni un curso. 

CUARTA LECCIÓN: SACRIFICAR TODO MENOS LA FELICIDAD 

He visto tres veces a Nicolás Schreier. La primera vez, fue una tarde de noviembre de 2012. Nos encontramos en su casa, llevaba camisa azul, cabello corto, rostro limpio, ojos claros. Aquella vez, lo esperé en la sala unos minutos. Cuando bajó, se disculpó y dijo que había estado ordenando el cuarto de Sebastián —su hermano mayor— que ahora usa como oficina. Hablamos de su lesión. A los 26 años se fracturó un hueso del pie. Era la primera vez que le ponían un yeso. «No me molestaba el dolor, sino que no podía pisar, no podía moverme sin ayuda. Me gusta siempre hacer las cosas por mí solo. No me gusta pedir favores», dijo aquella tarde. Este es nuestro tercer encuentro luego de un mes y Nicolás Schreier vuelve sobre el tema. Estuvo el fin de semana en Pisco, viendo las carreras del Dakar. Dice que los autos son como las tablas y las velas porque dependen del conductor. «Para mí, lo más importante es mi equipo. Trato de tener uno relativamente nuevo en cada competencia. Busco que la quilla y la vela estén perfectas. No quiero que se me rompa nada mientras estoy navegando. Así, solo me dedico a buscar el primer puesto». —¿Tienes obsesiones? —A veces me obsesiono con el orden. Me encanta llegar a un campeonato bien preparado. Una semana antes, me dedico a cambiar pitas, cabos. Saber que nada me falta. Me deja tranquilo saber que tengo repuestos para todo. Nuestro segundo encuentro fue en Paracas, durante sus días de preparación para el Mundial. Schreier esperó pacientemente que el viento soplara lo suficiente para izar las velas. Después del mediodía, todos los miembros de la selección peruana se abalanzaron sobre el mar. Competían entre ellos. Pero Nicolás no. Él iba y venía del bote anclado en medio de la bahía que servía de estación. Probaba una quilla y navegaba. Luego regresaba al bote, destornillaba y probaba otra. Ese día todavía no decidía qué quilla utilizaría para las regatas oficiales. Se tomaba su tiempo. —¿Por qué practicas windsurf? —Porque me hace feliz. Todo lo que hagas tiene que cumplir con esa regla. A veces tienes que sacrificar algunas cosas en la vida. Algunos la tienen más difícil que otros, pero tienes que cumplirla, porque no sabes si mañana vas a ser feliz. «Hay que sacrificar algunas cosas». Nicolás puede pasarse el año entero sin comer postres, aunque le encanten. Toma dos desayunos y come cuatro veces más durante el día. Se ha perdido cumpleaños, conciertos, fiestas. No fuma. Sacrifica mucho para ser feliz. Pero la balanza final, dice, siempre es positiva: gane o pierda. Su felicidad no está en las medallas. Está en viajar, en nadar a mar abierto y encontrarse con parihuanas y lobos marinos. Está en subirse a su camioneta con tres bicicletas, dos tablas y dos velas y perderse una semana en Paracas, sin teléfonos ni ruidos de ciudad. Quizás por eso Nicolás Schreier navega con una sonrisa en el rostro.

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